Ella todo lo que
tenía para decirme
lo hizo en un baño
arrodillada
inyectando todas las
palabras que me había escrito
con la sangre de su
lengua
que se movía
haciéndome temblar
mientras la miraba
estática
de asombro
y sus poemas
se repetían
en su espalda
en sus labios
en su perfume
como grandiosas
espadas
de amor
que tejió
entre mis piernas
y que, a veces
cuando mis manos me
tocan,
recortan
su lengua
para que la pegue en
mis dedos
y grite
para llegar a su oído
por su ventana
y mojarlo con un beso
de esos que no se
secan
nunca.
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