ñañañ

ñañañ

martes, 18 de febrero de 2014

Caida en el espacio

Llueven hojas como si las nubes fueran de arboles y llenan mi mente de caídas:
Se me caen los mundos, el lado derecho, el izquierdo, la sangre, la nuez, se me caen los botones de los ojos, las puntas de los dedos, las partes de la piel que no tienen marcas, los puntitos de la lengua, se me cae esa vez que te vi trepando en los juegos del jardín a los cuatro años, se me caen los puchos que fumamos escondidos, uno tras otro para no dejar ningún tipo de evidencia como si estuviésemos condenados a cuidarnos por que cometer una travesura era como ser un asesino, y si quedaba alguna colilla marcada como sangre en el piso, esa, era prueba latente del crimen, se nos castigaría con una profunda pena de no jugar con nuestros amigos. Se me cae el árbol donde escondíamos cosas de supervivencia por que pensábamos que la ciudad era una selva y nos teníamos que proteger cada vez que salíamos a buscar nuestro alimento que era el misterio de las casas abandonadas, se me caen los caracoles que malvadamente quemamos, se me caen los caracoles que se les rompía la casa y los pasábamos a otras vacías salvandolos de su destino de babosa,  se me caen las cruces de todas las tumbas de pájaros que hicimos en el jardín cuando no podíamos salvarlos, se me caen los besos detrás del escenario del colegio, se me cae el agujero de la pared del secundario por donde pasábamos licores para olvidarnos que estábamos presos del amor y lejos de todo lo que te mantiene joven, se me caen las luces de la ciudad y me doy cuenta de que los faroles de buenos aires nos roban gran parte del poder visualizar en la noche, se me caen todas las caras que eran mascaras, sus bocas, sus cuchillos. Se caen las góndolas y me doy cuenta que somos personas, no contenedores de productos, no un símbolo de algo que se puede vender. se me caen los planetas, las vueltas, la fantasía. Los besos, las migajas, los campos. Se cae la noche, el sol, las llaves, el cielo, los pájaros, tu voz, el silencio. Se cae un silbido, la calle, la piedra, el musgo, el olor tuyo. Se cae la calecita donde íbamos a hacer el amor esa mañana lluviosa, se cae el policía que nos sacó por que desde sus vidas pasadas que una caricia no le llega hasta la ultima capa de su piel. Se cae la cumbia que nos acerco moviéndonos como rayos que hacen temblar el piso todo. Se caen los subtes, esas trincheras donde se pelea por el honor de llegar temprano a la oficina. Ese cubo que lentamente va juntando sus paredes hasta aplastarlo todo. Se le cae la bolsita al papa. Se le cae la lengua a la monja y se va corriendo hasta el cuerpo de otra monja que desaparece por una estampida de lamidas hermosas. Se le caen los pantalones a los militares y en el ultimo rincón de sus calzoncillos se asoma la foto de un hombre al que aman. Se cae la poesía, la transformación, los sueños. Se cae Internet, los celulares, el correo. Se cae el sur, por que dimos vuelta los mapas y las montañas y sus bosques pasan por nosotros como aviones salvajes. Se cae lo que creo ser y lo que soy, supuestamente. Se cae el piso en mi y me camina. Se LE cae al lápiz su mina y me dibuja, me vuelve a inventar sobre las arrugas inplanchables de la música ondulada que se estira para ver entre su barba de luz los secretos de lo que se cae y salgo yo, con los dedos en los ojos, con la lengua en la cabeza lamiéndome el cerebro cual helado de dulce de leche, con los pies en las manos para caminarte toda la cara besándote la miel y los barcos, con la sangre saliendo como pelos por mis axilas y la piel rebotando dentro de mi cuerpo mientras EN EL corazón habita el gemido de lo todavía inexistente que llega a destiempo y lo siento mientras libero mis palabras que son chanchitos con flechas con la capacidad de acabar durante treinta minutos y en esa jauría imponente de pasión tan larga nos celebro como tiernas bombas del amor mas oscuro y se ablandan los cinturones por que la libertad de la mente soltó para siempre lo erróneo de pensar en la muerte como algo horrible y entonces nos volvemos a caer justo cuando el agua subió un poquito en toda la tierra y esta esfera nos embarro la cara y todos sus rincones. Tuvimos el honor de ser empujados por quien sabe que fuerza al lugar donde el alma se volvió un charco lleno de barro para darnos cuenta que somos todos lo mismo, que hay que dejar caerse en una y que eso también se caiga, darnos cuenta que estamos listos para diluir en la garganta todos los mundos que no fuimos, ser responsables de mover el brazo o de soñar o de ser la tierra, por ejemplo y plantarnos una semilla de versos para que entonces los libros sean nuestra flor y salgamos cantando y bailando del dolor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario