ñañañ

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miércoles, 24 de junio de 2015

Mar de pájaros blancos



La vi una noche en el tren. Salían como pájaros sus piernas de la pollera. Pájaros que volaban hacia mí. 
Yo, 
¿Quién era yo ahora?

Si hasta hace cinco minutos solo veía los barrotes de hierro de mi propia jaula. Se delataba mi bestia, esa bestia inagotable que evocaba el irreparable deseo. La mire fijamente mientras me paseaba los dedos por la boca. Si, ¿para qué iba a dar vueltas? No había tiempo; cuando llegase el tren a Retiro y atraviese todo ese espejismo de luces naranjas que sufren de insomnio durante las noches, iba a terminar todo este ensueño. Me tenía que ir corriendo hacia donde estaba yendo, pero no voy a perder tiempo en pensar en eso, porque ya cruzamos la general paz y falta menos. Ya estaba jugada, me acerqué apenas me devolvió la mirada y le dije que dentro de sus ojos había una ruta por donde yo estaba viajando en bicicleta. Me dijo que tenga cuidado con los camiones y los autos, me preguntó si mi bici era de carrera porque si no pobrecita, iba a terminar bajo alguna rueda. Le dije que si me moría ahí adentro iba a vivir por siempre en ella. Me dijo que no le gustan los cuerpos que llevan cementerios. Le dije que si su cuerpo fuese un cementerio yo lo ocuparía, para salvarla del vacío de las cruces, y del fúnebre ritual de ir a llorarle a una tumba. Me dijo que nadie nunca había sido tan extraña en su chamuyo. Le dije que no sé qué me pasó pero igual me gustaría…Me dio un beso y me calló los vivos los muertos y todo lo demás. ¿Estaba despierta aún? ¿Dónde estaba? Su sangre es un lugar donde podía darme cuenta todo lo que ya no me importa. Ella me besó estrangulando todos mis pensamientos. Me puso la mano sobre la espalda y me llevó contra su cuerpo. Su aliento estaba caliente. Sus manos grandes me tocaban las piernas y la cara. Todo el pelo. Me agarró una mano y me la apoyó en su pollera. Y me olvidé del tren, de la gente, del ancla de su norma, de casi todo. Metí la mano dentro de esa pollera y sentí su bulto levantarse sobre mis dedos. Me metió la lengua en la boca y el río de su garganta desembocó en mi mar. Me chupó la cara y las orejas. Me acarició un poco más. Se erizaban mis pieles en su cuerpo. Se estremecía el mundo y yo arrodillándome en el tren, frente a ella, frente a sus piernas de plumas de pájaros. Se la chupe enamorada. Y fue semen, su semen. Menstruación blanquecina hecha de micas que cayó sobre mí. Y Yo, toda playa oscura ahora brillaba con su Sangre de pasta blanca que me guardé entre los labios.

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